La paradoja de quedarse o irse: The Guardian abandona Twitter
La decisión de uno de los medios más respetados del mundo de abandonar Twitter ha reavivado un debate fundamental: ¿qué hacemos cuando los espacios de conversación digital se vuelven hostiles?
¡Hola! Hoy cambiamos el formato y les dejamos un texto de Javi sobre uno de los hechos que más nos llamó la atención esta semana. Esperamos que les guste, dejénnos sus opiniones.
Un debate local sobre un dilema global
La noticia generó polémica inmediata en mi grupo de amigos de Hack, el espacio de diálogos digitales que emprendemos desde Córdoba. "¿Es esto darse por vencido?", preguntó alguien. "¿Les estamos dejando el campo libre a los intolerantes si nos autoexcluimos?", agregó otro. Las preguntas resonaron con fuerza porque tocan el corazón de cómo queremos participar en el debate público actual.
Esta discusión me llevó inevitablemente a Karl Popper y su famosa paradoja de la tolerancia: para mantener una sociedad tolerante, debemos ser paradójicamente intolerantes con la intolerancia. Si permitimos que los intolerantes impongan sus reglas, eventualmente destruirán las condiciones mismas que hacen posible el debate público.
Las plataformas y sus dos poderes
Los espacios digitales actuales - con Twitter como ejemplo paradigmático - ejercen dos tipos de poder fundamentales sobre el debate público. Primero, deciden qué contenido amplificar a través de sus algoritmos de recomendación, determinando qué ve cada usuario en su feed. Segundo, establecen y aplican reglas sobre las interacciones permitidas entre usuarios, moderando el tono y el contenido de las conversaciones.
Estas decisiones moldean profundamente nuestra experiencia digital. Cuando una plataforma ajusta sus algoritmos para favorecer el contenido más "engagement", o cuando aplica sus reglas de manera inconsistente, el resultado puede ser un ambiente más hostil para algunos usuarios. Que puede llevarlos a silenciarse y no participar por temor a represalias o reacciones violentas.
Y aquí surge otra paradoja fascinante: ¿no estamos, al permanecer en estos espacios, legitimando las mismas dinámicas que criticamos? Los provocadores profesionales utilizan la indignación de usuarios moderados como combustible para su visibilidad. Cada respuesta escandalizada, cada compartido indignado, alimenta la máquina de atención que los mantiene relevantes.
Libertad digital: el derecho a elegir
Sin embargo, retirarse de un espacio digital privado no es necesariamente una rendición. La libertad de expresión incluye también el derecho - no la obligación - de elegir dónde y cómo queremos informarnos e interactuar. El debate público digital está compuesto por una compleja red de espacios, cada uno con sus propias reglas del juego.
Las plataformas digitales funcionan como clubes privados, con sus normas de civilidad y criterios editoriales. Si bien necesitamos más espacios verdaderamente públicos (tema que merece su propia discusión), la multiplicidad de plataformas permite elegir dónde participar según nuestras preferencias y valores.
Es alentador ver alternativas como Bluesky, que permite a los usuarios elegir sus propios algoritmos de recomendación. Esto demuestra que el ecosistema digital es más amplio que una sola plataforma y que hay espacio para innovar en el diseño de nuestras conversaciones digitales. Y que el debate público digital puede estar claramente en más de un lugar al mismo tiempo (una obviedad que parece haberse pasado por alto en estas discusiones).
Una conclusión abierta
Por eso, quizás deberíamos dejar de juzgar tanto a quienes deciden quedarse como a quienes optan por irse. No hay héroes ni cobardes en esta decisión, sino personas ejerciendo su libertad de elegir cómo y dónde invertir su tiempo y atención. Hay un derecho a determinar qué hacer con esa atención, algo que el amigo Juan Ruocco llama “soberanía cognitiva” y que será un tema esencial con el avance de la plataformización de la vida y las interacciones humanas.
La verdadera libertad en el mundo digital no está solo en poder hablar, sino también en poder elegir cuándo y dónde hacerlo. Como el agua que encuentra su propio camino, nuestras conversaciones pueden fluir por nuevos espacios que reflejen mejor nuestros valores y aspiraciones para el debate público.
¿Qué opinás? ¿Deberíamos seguir el ejemplo de The Guardian o hay otras formas de participar sin legitimar la intolerancia? La conversación recién empieza...
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Nos vemos la semana que viene.